Maldito Sabina
¡Qué poco tenemos en común, y cómo admiro tus letras!
¡Qué poco tenemos en común, y cómo admiro tus letras!
Querido lector o lectora:
Si estás leyendo esto es porque has recogido la botella. Si no eres el destinatario, sólo te pido que si por ventura la conocieras, le hagas llegar mi mensaje. Si no, no tienes más que dejar la botella donde la encontraste.
Gracias, en cualquier caso.
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Amada mía:
Como tantas otras veces, ayer soñé contigo. Y como siempre, tu recuerdo me azora, me traspasa, me sacude y me desgarra. Me muero por volver a verte, y si te viera sin duda moriría de rabia e impotencia. Muerto en cualquier caso, qué ironía...
Todos los días pido una segunda oportunidad. Si creyera en algo más allá, soñaría con un universo cíclico, y en esta mísera vida encontraría consuelo al pensar que a mi próximo nacimento me llevaría el saber que existes. Y nada me impediría llegar a tí.
Y yo no me habría comprometido antes con nadie.
Sólo quería que supieras, mi amada E., que no te olvido.
Y, probablemente, nunca lo sabrás.
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Estoy harto. No creo que a esto que hago se le pueda llamar vivir. Y lo peor es que ni siquiera me siento bien si me quejo para desahogarme, pensando que tanta queja es una frivolidad frente a los problemas que pueden tener otras personas. Al fin y al cabo, yo tengo lo suficiente como para poder estar haciendo el chorra aquí, delante de un teclado.
No tengo consuelo, porque no sé cuál es mi mal.
No sé qué hacer.
Socorro.
Una lágrima,
y una grieta.
Y por cada vez que te veo
sin que tú lo sepas,
otra lágrima más,
y otra grieta.
Por el mar de lágrimas,
por el corazón quebrado,
ahogado o exánime,
pero en cualquier caso muerto.
Hoy nos demuestran nuestros gobernantes, como muchos otros días, que la ley es flexible. Tan flexible nos la muestran, en efecto, que diría uno que es modificada casi a diario a golpe de martillo. El problema es que el martillo siempre está en manos de los mismos, y que cuando el afectado no es ni político, ni gran empresario, ni cuenta con el respaldo de los medios de comunicación, la flexibiliad parece desaparecer como por arte de magia.
Y mientras tanto nosotros, base de la democracia, a tragar.
En realidad, tenemos lo que nos merecemos. ¿O no?
Todo el mundo tiene derecho a una vivienda, sin duda, pero eso no justifica que todo terreno deba ser urbanizable. Liberalismo sí, pero con sentido común, por favor.
Nada que decir, sólo agradecer a Roberto Abizanda la oportunidad de disponer de este blog. No aspiro a que sirva para nada más que mi desahogo.
Veremos...